Una vida, una casa

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Pasé muchos años compartiendo agujeros con varias personas, donde los maltrechos colchones valían para todo menos para dormir y todo eran espacios comunitarios. Nada de eso importaba. Llegar a casa suponía una sorpresa con forma de gente fumando, bebiendo o acabando el último cartón de leche y que secuestraban a una tranquilidad amordazada.

Nunca pensé en vivir en una casa bonita, con una cocina grande y donde la luz te molestara al atardecer. Ahora está ocurriendo. Cada día voy a ver el cadáver de mi antigua casa y me sorprendo al descubrir que una nueva está surgiendo en su lugar.
Los tabiques han cambiado de sitio, en el baño ya no es necesario desmontar el water para que la cisterna se llene y, por las ventanas, la lluvia ya no encuentra la manera de colarse dentro.
Lo mismo ha pasado conmigo durante estos años. He abierto huecos en mi vida que han sido llenados con cemento y tras eliminar mi capa de gotelé, la pintura nueva me ha dado un nuevo aire que, a pesar de todo, no puede tapar algunas cicatrices y esas prominentes arrugas bajo los ojos.

Una casa tiene tanto de uno mismo que por mucho que lo intentemos, no podemos sentirnos igual en otro lado. Volver a casa. Ese es el pensamiento estacionado en nuestra cabeza cada día después de acabar el maldito curro y a la vuelta de las merecidas vacaciones Sólo ahí podemos estirar las piernas, respirar y escuchar el "In the Wee Small Hours" en compañía de quién queramos. O mejor a solas.

Como nosotros, las casas van envejeciendo, las hortensias se secan al sol del verano y las golondrinas abandonan el nido en cuanto aprenden a volar.
A pesar de todo, si los pilares están bien anclados en el suelo, las casas aguantarán el paso del tiempo y los demás se acordarán de nosotros cuando ya no estemos por aquí.

" Primavera en el hogar. No hay nada y sin embargo hay de todo" Shiki Masaoka