Regresé a Madrid con una especie de tristeza clavada en el estómago y una enorme sonrisa rajando mi cara de este a oeste. El agente de aduanas revisó mi DNI y me vi a obligado a declarar una sola cosa: Había merecido la pena.
En el retrovisor, dos de los mejores días de estos últimos meses en compañía de esa mujer que me acompañó durante media década.....
Durante ese tiempo, con sus necesarios cambios de postura para hacer nuestra convivencia lo más cómoda posible, fuimos saltando obstáculos y compartiendo cervezas en Monmartre, cabreos en Temple Bar, canciones en Mikonos y rock and roll al ritmo de los labios de Steven Tyler.
Yo era ella, ella era yo, y al final los dos fuimos nada, ya que, algunas veces, quererse no es suficiente para estar juntos
Después de los últimos días que pasamos juntos, en los que las lágrimas acompañaron al pan y el vino se hizo vinagre para limpiarnos las heridas, las conversaciones se hicieron raras. Hablábamos sin querer hacerlo y entre los dos comenzó a crecer, como una bola de nieve, una rabia que manchaba todos y cada uno de los buenos recuerdos que teníamos. El duelo se imponía y para eso, nada mejor que la distancia.
....
Gracias a Jimi Hendrix, ella no vivía en Madrid y a fuerza de ver pasar los días sin tener noticias el uno del otro, esa rabia dejó de engordar.
Unos meses más tarde, la rabia salió por la puerta y no regresó, con lo que había llegado el momento de descolgar el teléfono y marcar el número.
No me había equivocado y de nuevo y sin poder explicar qué era lo que había cambiado, éramos capaces de hablar sin levantar la voz.
Al abrazarla en el aeropuerto supe que entre dos personas que se han querido tanto existe un vínculo que nada ni nadie puede romper. Aunque nos emperremos todos los días en hacernos daño.
Ahora yo soy yo, ella es ella y los dos somos algo que nada tiene que ver con ser una pareja o con esa horrible palabra en este contexto que es la de amigos. Estamos unidos, como Emilio Botín a la maldita codicia.
“ Sólo el amor convierte el milagro en barro” L.Leon Gieco
Lo escrito....escrito está
Definitivamente no estoy hecho para el bricolaje, las manualidades y todas esas mierdas que convierten un agujero en un lugar donde acomodarse y tener docenas de hijos.
Más aún, detesto utilizar mis dedos para algo más que no sea acariciar el cabello de mi guitarra. A pesar de los pesares, me debo a la causa. El efecto tiene resultados catastróficos.
Lo intenté. Intenté por todos los medios montar el halógeno en su respectivo marco y anclarlo al techo, pero el muy cabrón, conspirando con la ley de la gravedad, se reía de mi y decidía una y otra vez aterrizar en el suelo. Y claro, de tanto reirse, acabó rompiéndose. Adiós paciencia. Bienvenido cabreo.
¡ Maldita sea ¡! ¿ Por qué casi nunca las cosas salen como las planeamos?. ¿ Dónde están los electricistas cuando los necesitamos? ¿ Dónde puedo encontrar a gente que ponga a la música por delante de novias, tener una familia, futuro, estabilidad y cía?.
Ya no era yo, era mi furia la que soltaba parrafadas. Una detrás de otra. Mientras tanto, me dedicaba a recoger trocitos de halógeno a 1 euro cada uno. En total, 50 euros.
A pesar de todo, al rebuscar entre las grietas del enfado, me di cuenta de que poco a poco me estoy frustrando por no vivir mi propia vida y pretender vivir otra que quizás no me corresponda. La necesidad de encontrar gente que ame la música con locura y compartir con ellos lo que tengo dentro me impide disfrutar de lo que tengo.
Y tengo unas cuantas canciones para mostrar y muy poca gente interesada en oírlas. Tengo miedo de acabar tocando en grupos de versiones y de mirar hacia atrás pensando que nunca tuve mi oportunidad. Tengo miedo de que en unos años pueda tirar la toalla. Tengo miedo de no intentarlo con todas mis fuerzas. Tengo miedo y estoy cabreado.
Al escribir estas líneas recuerdo las palabras de alguien sin nombre ni rostro que aconsejaba no escribir llevados por el furor de la batalla. Demasiado tarde. Lo escrito....escrito está.
“ Cada golpe que nuestra ira descarga vendrá a caer seguramente sobre nosotros mismos ”. William Penn
Más aún, detesto utilizar mis dedos para algo más que no sea acariciar el cabello de mi guitarra. A pesar de los pesares, me debo a la causa. El efecto tiene resultados catastróficos.
Lo intenté. Intenté por todos los medios montar el halógeno en su respectivo marco y anclarlo al techo, pero el muy cabrón, conspirando con la ley de la gravedad, se reía de mi y decidía una y otra vez aterrizar en el suelo. Y claro, de tanto reirse, acabó rompiéndose. Adiós paciencia. Bienvenido cabreo.
¡ Maldita sea ¡! ¿ Por qué casi nunca las cosas salen como las planeamos?. ¿ Dónde están los electricistas cuando los necesitamos? ¿ Dónde puedo encontrar a gente que ponga a la música por delante de novias, tener una familia, futuro, estabilidad y cía?.
Ya no era yo, era mi furia la que soltaba parrafadas. Una detrás de otra. Mientras tanto, me dedicaba a recoger trocitos de halógeno a 1 euro cada uno. En total, 50 euros.
A pesar de todo, al rebuscar entre las grietas del enfado, me di cuenta de que poco a poco me estoy frustrando por no vivir mi propia vida y pretender vivir otra que quizás no me corresponda. La necesidad de encontrar gente que ame la música con locura y compartir con ellos lo que tengo dentro me impide disfrutar de lo que tengo.
Y tengo unas cuantas canciones para mostrar y muy poca gente interesada en oírlas. Tengo miedo de acabar tocando en grupos de versiones y de mirar hacia atrás pensando que nunca tuve mi oportunidad. Tengo miedo de que en unos años pueda tirar la toalla. Tengo miedo de no intentarlo con todas mis fuerzas. Tengo miedo y estoy cabreado.
Al escribir estas líneas recuerdo las palabras de alguien sin nombre ni rostro que aconsejaba no escribir llevados por el furor de la batalla. Demasiado tarde. Lo escrito....escrito está.
“ Cada golpe que nuestra ira descarga vendrá a caer seguramente sobre nosotros mismos ”. William Penn
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