Ya está, el maldito despertador haciendo su trabajo otra vez. Las 7 y media. Me levanto. Calentamos agua a 85 grados en una taza y me lavo como un gato. Poquito jabón.
Ya en la calle noto el viento de Noviembre que nos molesta todos. En la entrada de metro está esa señora. Un día llegó con unos cartones y se instaló. Es su sitio y además su lugar de trabajo. Pide limosna y nunca abre la boca.
En el vagón de Metro oigo conversaciones entre palurdos. Hombres de negocios mirando el reloj. Pocos libros abiertos y muchos móviles siendo maltratados por rápidos dedos. Huele raro y hay sueño. Mucho sueño.
Cuento las paradas y abro bien los ojos, no sea que vaya a aparecer la oportunidad de mi vida en la siguiente.
De nuevo en la calle y en el carril dirección al trabajo. Otro cambio de ropa y asisto en primera persona a la pasarela de clientes. Una llamada de un número desconocido en el móvil. Al otro lado de la línea alguien que necesita ayuda y yo no se la voy a dar.
Las horas pasan. Me como la comida de la cantina. No está ni buena ni mala. El arroz con leche, sin embargo, está estupendo. Dentro de poco llegará la hora de salir de aquí. Un cliente más. Estoy fuera.
De nuevo en la calle. Ahora, con el sol desparecido y la noche precipitándose en la ciudad parece que es invierno. No lo es pero un camión bloquea la calle para instalar los adornos de Navidad. A pesar de la maldita crisis, habrá adornos y fiestas y cava y besos y resacas. Y fin de año.
Ya de vuelta en mi casa, paso el dedo por el suelo para asegurarme de que todo está suficientemente limpio. No quiero que nadie me moleste. De hecho, me gusta pensar que el tiempo se ha detenido y que yo estoy a salvo de todo entre estas cuatro paredes. La muerte, la vida, el amor, el sexo no tienen cabida aquí, en esta fortaleza.
Me bebo un vaso de leche con Nesquik. El frío líquido me atonta y me arrastro hasta la cama. Escrutinio cada palabra del libro de Carver que me espera siempre en la mesilla a la misma hora cada día. Ya es noche profunda. Apago la luz. Pienso en mi padre. Un día más. Uno menos. Ya veremos mañana.
"El mundo creado no es más que un pequeño paréntesis en la eternidad” Thomas Browne
The Greatest
Últimamente me ha dado por pensar. Si, por aquello que no está de moda, por darle vueltas a cosas en las que ya había pensado pero por arte de magia, magik dirían algunos seres malignos, encuentro respuestas.
Son respuestas que están ahí, en los libros, en la calle, surcando las infinitas galaxias, en el espejo y sin embargo, debido a la insistencia de los medios de comunicación y aquellos que controlan el cotarro, nunca son una prioridad. Lo primero es hacer dinero, conseguir el respeto unánime y sobre todo no cuestionar los valores establecidos.
Ayer, de madrugada y revolviéndome en el confortable sillón de mis progenitores, fui golpeado por un documental llamado ”Facing Ali” y entre round y round lo vi claro.
Se trata de una poderosa sucesión de bocados de realidad a puños de algunos de los boxeadores que tuvieron el “ privilegio” de ser masacrados y de masacrar al que desde mi punto de vista, es el deportista más inspirador de todos los tiempos:
“I’m Young, I’m handsome
I’m fast,I’m pretty
They must fall, In the round I call”
Con todos ustedes: Gaseus Cassius, Muhammad Alí
Durante una hora y media nos hablan de este tipo que picaba como una abeja y bailaba como una mariposa y en cada frase, escupidas con enorme esfuerzo por sus maltrechas bocas, nos dan respuesta a muchas de nuestras preguntas.
¿ Por qué la gente vuelve siempre al ataque a pesar de los años? Para probarse a sí mismos que pueden hacerlo una vez más.
¿ Por qué merece la pena recibir golpes? Porque te enseñan el camino correcto.
¿ Por qué Alí fue el más grande? Precisamente por los golpes que nunca llegó a dar.
Jamás mentes tan deterioradas por el abuso de ese deporte fueron tan claras en relación a lo que es este cuadrilátero llamado vivir .Estaría bien llegar al decimoquinto asalto y escuchar ese precioso sonido emitido por la campana que dicta el final del viaje. Ese viaje que nos enseña aquello que de verdad importa. Para todos y cada uno de nosotros. No tiremos la toalla. Jamás.
“La vida es un juego. Pueden herirte y la gente muere en accidentes de avión y pierden las piernas y los brazos en accidentes de coches. Lo mismo ocurre con los boxeadores. Algunos mueren, otros son heridos y otros siguen. Solamente no hay que pensar que te ocurrirá a ti”. Alí
Felicidad
Carlos vive junto a la vía del tren. Y no precisamente debajo de un puente. Su casa de madera saca pecho entre todos los chalets de piedra que miran al sol que, fiel a la cita, sale de detrás de las montañas cada mañana.
En su jardín florecen las rosas, maduran los manzanos y en primavera, el olor de los almendros inunda las instalaciones deportivas cercanas, que rompen el paisaje como un cuchillo que rasga la carne.
Se levanta todos los días antes del alba y recorre a pie y en compañía de sus perros los caminos que se pierden en infinitas curvas allá en el horizonte.
Cuando el hambre aprieta regresa a su casa a devorar el desayuno preparado por, “esa rumanita algo rebelde pero con un gusto extraordinario para la cocina.”
Con el medio día en el reloj, desciende a la inmensa parcela que rodea su casa. Se pone los guantes, se remanga la camisa cuidadosamente almidonada y carga la carretilla con un puñado de ladrillos. Solamente los mueve de un lado a otro de la finca hasta que el sudor y el paso del tiempo le avisan de que es la hora de comer.
Después lee, juega la partida con el cura y espera a que llegue el domingo para ir a misa.
Carlos tiene mucho dinero, tanto que desplazar ladrillos es la única actividad laboral que se auto impone todos los días. Tiene aquello que todo el mundo anhela y sin embargo no parece feliz. Al contrario, la imposibilidad de dar rienda suelta a su pasión le hace sentirse inseguro, insatisfecho e indefenso en un mundo que, para su desgracia, se extiende más allá de los límites marcados por la tapia de la casa.
Al verle en su enorme coche, escuchando música para aquellos que están solos, uno puede darse cuenta que el dinero puede convertir el hecho de estar vivo en un accidente.
Éste le ha protegido de las inclemencias del tiempo, le ha proporcionado comodidades a las que muy pocos aspiran, le ha secado el sudor de la frente y le ha hidratado sus manos de pianista. Sin embargo, no le ha dado el valor de salir ahí fuera a enfrentarse con una realidad a la que no se le dan bien los números. No es casualidad que los ricos acaben muriendo siempre solos.
“Rosebud ” Ciudadano Kane
En su jardín florecen las rosas, maduran los manzanos y en primavera, el olor de los almendros inunda las instalaciones deportivas cercanas, que rompen el paisaje como un cuchillo que rasga la carne.
Se levanta todos los días antes del alba y recorre a pie y en compañía de sus perros los caminos que se pierden en infinitas curvas allá en el horizonte.
Cuando el hambre aprieta regresa a su casa a devorar el desayuno preparado por, “esa rumanita algo rebelde pero con un gusto extraordinario para la cocina.”
Con el medio día en el reloj, desciende a la inmensa parcela que rodea su casa. Se pone los guantes, se remanga la camisa cuidadosamente almidonada y carga la carretilla con un puñado de ladrillos. Solamente los mueve de un lado a otro de la finca hasta que el sudor y el paso del tiempo le avisan de que es la hora de comer.
Después lee, juega la partida con el cura y espera a que llegue el domingo para ir a misa.
Carlos tiene mucho dinero, tanto que desplazar ladrillos es la única actividad laboral que se auto impone todos los días. Tiene aquello que todo el mundo anhela y sin embargo no parece feliz. Al contrario, la imposibilidad de dar rienda suelta a su pasión le hace sentirse inseguro, insatisfecho e indefenso en un mundo que, para su desgracia, se extiende más allá de los límites marcados por la tapia de la casa.
Al verle en su enorme coche, escuchando música para aquellos que están solos, uno puede darse cuenta que el dinero puede convertir el hecho de estar vivo en un accidente.
Éste le ha protegido de las inclemencias del tiempo, le ha proporcionado comodidades a las que muy pocos aspiran, le ha secado el sudor de la frente y le ha hidratado sus manos de pianista. Sin embargo, no le ha dado el valor de salir ahí fuera a enfrentarse con una realidad a la que no se le dan bien los números. No es casualidad que los ricos acaben muriendo siempre solos.
“Rosebud ” Ciudadano Kane
No vuelvo a comer pescado
-¡ A ver a ver, abre bien la boca chico ¡- me pidió la doctora mientras situaba la lámpara de luz naranja lo suficientemente cerca de mi boca como para dejar en evidencia mi garganta.
-Ahí está, la veo. Está clavada entre la epiglotis y…-yo ya no la escuchaba. Me acomodé en el diván y esperé a que la señorita procediera. -Aquí la tienes-, me dijo mostrando la espina de pescado que me acompañaba desde hacía 1 hora. -¿La quieres?, puedes guardarla cómo hacen los críos con sus dientes.
-Mejor se la queda usted doctora. Ya he tenido suficiente- espeté mientras me incorporaba y volvía a sentir pasar el aire a través de mis pulmones.
Ni los 400 gr de miga de pan, ni los 10 vasos de agua ni la ayuda en vano de los colegas habían conseguido librarme de esa compañera que pasó del mar a la cazuela, de ahí al plato y finalmente a mi garganta. En el trascurso de esa hora yo pasé de tener un hambre feroz a recorrer los pasillos del hospital en búsqueda de ayuda, de encontrar miradas inhumanas de bedeles que detestan su trabajo, de la frialdad polar por parte de las secretarias de la recepción del hospital a la redención a través de unas pinzas.
Regresé a casa pensando en lo bien que está uno cuando está vivo y tiene la suerte de respirar el aire tóxico de Madrid. Nos van pasando cosas que se quedan clavadas en nuestras gargantas y que nos indican por qué parte del camino debemos de continuar andando. Somos frágiles, estamos expuestos a mil peligros a pesar de que creamos que podemos hacer y deshacer a nuestro antojo. Simples mortales que creen tener su vida bajo control.
Paso por delante del enorme ventanal de la sede de la Iglesia de la Cienciología. Me paro a observar mi propio reflejo en los inmaculados cristales. En el interior, un grupo de personas de aire melancólico buscan una razón para seguir viviendo. La respuesta la tiene un formulario de aptitud, previo pago de 30 Euros. Lo que sea con tal de tener una razón para seguir, con tal de encontrar una verdad que de sentido a todo.
Al final la única verdad que hay es que la distancia entre la vida y la muerte tiene el grosor de una espina de lenguado. Ni más ni menos.
“Sé que has venido a matarme.¡ Dispara, cobarde!, sólo vas a matar a un hombre.”
Encarando a su asesino, Mario Terán, un soldado boliviano. Ernesto " Che" Guevara
-Ahí está, la veo. Está clavada entre la epiglotis y…-yo ya no la escuchaba. Me acomodé en el diván y esperé a que la señorita procediera. -Aquí la tienes-, me dijo mostrando la espina de pescado que me acompañaba desde hacía 1 hora. -¿La quieres?, puedes guardarla cómo hacen los críos con sus dientes.
-Mejor se la queda usted doctora. Ya he tenido suficiente- espeté mientras me incorporaba y volvía a sentir pasar el aire a través de mis pulmones.
Ni los 400 gr de miga de pan, ni los 10 vasos de agua ni la ayuda en vano de los colegas habían conseguido librarme de esa compañera que pasó del mar a la cazuela, de ahí al plato y finalmente a mi garganta. En el trascurso de esa hora yo pasé de tener un hambre feroz a recorrer los pasillos del hospital en búsqueda de ayuda, de encontrar miradas inhumanas de bedeles que detestan su trabajo, de la frialdad polar por parte de las secretarias de la recepción del hospital a la redención a través de unas pinzas.
Regresé a casa pensando en lo bien que está uno cuando está vivo y tiene la suerte de respirar el aire tóxico de Madrid. Nos van pasando cosas que se quedan clavadas en nuestras gargantas y que nos indican por qué parte del camino debemos de continuar andando. Somos frágiles, estamos expuestos a mil peligros a pesar de que creamos que podemos hacer y deshacer a nuestro antojo. Simples mortales que creen tener su vida bajo control.
Paso por delante del enorme ventanal de la sede de la Iglesia de la Cienciología. Me paro a observar mi propio reflejo en los inmaculados cristales. En el interior, un grupo de personas de aire melancólico buscan una razón para seguir viviendo. La respuesta la tiene un formulario de aptitud, previo pago de 30 Euros. Lo que sea con tal de tener una razón para seguir, con tal de encontrar una verdad que de sentido a todo.
Al final la única verdad que hay es que la distancia entre la vida y la muerte tiene el grosor de una espina de lenguado. Ni más ni menos.
“Sé que has venido a matarme.¡ Dispara, cobarde!, sólo vas a matar a un hombre.”
Encarando a su asesino, Mario Terán, un soldado boliviano. Ernesto " Che" Guevara
El vínculo que nunca se rompe
Regresé a Madrid con una especie de tristeza clavada en el estómago y una enorme sonrisa rajando mi cara de este a oeste. El agente de aduanas revisó mi DNI y me vi a obligado a declarar una sola cosa: Había merecido la pena.
En el retrovisor, dos de los mejores días de estos últimos meses en compañía de esa mujer que me acompañó durante media década.....
Durante ese tiempo, con sus necesarios cambios de postura para hacer nuestra convivencia lo más cómoda posible, fuimos saltando obstáculos y compartiendo cervezas en Monmartre, cabreos en Temple Bar, canciones en Mikonos y rock and roll al ritmo de los labios de Steven Tyler.
Yo era ella, ella era yo, y al final los dos fuimos nada, ya que, algunas veces, quererse no es suficiente para estar juntos
Después de los últimos días que pasamos juntos, en los que las lágrimas acompañaron al pan y el vino se hizo vinagre para limpiarnos las heridas, las conversaciones se hicieron raras. Hablábamos sin querer hacerlo y entre los dos comenzó a crecer, como una bola de nieve, una rabia que manchaba todos y cada uno de los buenos recuerdos que teníamos. El duelo se imponía y para eso, nada mejor que la distancia.
....
Gracias a Jimi Hendrix, ella no vivía en Madrid y a fuerza de ver pasar los días sin tener noticias el uno del otro, esa rabia dejó de engordar.
Unos meses más tarde, la rabia salió por la puerta y no regresó, con lo que había llegado el momento de descolgar el teléfono y marcar el número.
No me había equivocado y de nuevo y sin poder explicar qué era lo que había cambiado, éramos capaces de hablar sin levantar la voz.
Al abrazarla en el aeropuerto supe que entre dos personas que se han querido tanto existe un vínculo que nada ni nadie puede romper. Aunque nos emperremos todos los días en hacernos daño.
Ahora yo soy yo, ella es ella y los dos somos algo que nada tiene que ver con ser una pareja o con esa horrible palabra en este contexto que es la de amigos. Estamos unidos, como Emilio Botín a la maldita codicia.
“ Sólo el amor convierte el milagro en barro” L.Leon Gieco
En el retrovisor, dos de los mejores días de estos últimos meses en compañía de esa mujer que me acompañó durante media década.....
Durante ese tiempo, con sus necesarios cambios de postura para hacer nuestra convivencia lo más cómoda posible, fuimos saltando obstáculos y compartiendo cervezas en Monmartre, cabreos en Temple Bar, canciones en Mikonos y rock and roll al ritmo de los labios de Steven Tyler.
Yo era ella, ella era yo, y al final los dos fuimos nada, ya que, algunas veces, quererse no es suficiente para estar juntos
Después de los últimos días que pasamos juntos, en los que las lágrimas acompañaron al pan y el vino se hizo vinagre para limpiarnos las heridas, las conversaciones se hicieron raras. Hablábamos sin querer hacerlo y entre los dos comenzó a crecer, como una bola de nieve, una rabia que manchaba todos y cada uno de los buenos recuerdos que teníamos. El duelo se imponía y para eso, nada mejor que la distancia.
....
Gracias a Jimi Hendrix, ella no vivía en Madrid y a fuerza de ver pasar los días sin tener noticias el uno del otro, esa rabia dejó de engordar.
Unos meses más tarde, la rabia salió por la puerta y no regresó, con lo que había llegado el momento de descolgar el teléfono y marcar el número.
No me había equivocado y de nuevo y sin poder explicar qué era lo que había cambiado, éramos capaces de hablar sin levantar la voz.
Al abrazarla en el aeropuerto supe que entre dos personas que se han querido tanto existe un vínculo que nada ni nadie puede romper. Aunque nos emperremos todos los días en hacernos daño.
Ahora yo soy yo, ella es ella y los dos somos algo que nada tiene que ver con ser una pareja o con esa horrible palabra en este contexto que es la de amigos. Estamos unidos, como Emilio Botín a la maldita codicia.
“ Sólo el amor convierte el milagro en barro” L.Leon Gieco
Lo escrito....escrito está
Definitivamente no estoy hecho para el bricolaje, las manualidades y todas esas mierdas que convierten un agujero en un lugar donde acomodarse y tener docenas de hijos.
Más aún, detesto utilizar mis dedos para algo más que no sea acariciar el cabello de mi guitarra. A pesar de los pesares, me debo a la causa. El efecto tiene resultados catastróficos.
Lo intenté. Intenté por todos los medios montar el halógeno en su respectivo marco y anclarlo al techo, pero el muy cabrón, conspirando con la ley de la gravedad, se reía de mi y decidía una y otra vez aterrizar en el suelo. Y claro, de tanto reirse, acabó rompiéndose. Adiós paciencia. Bienvenido cabreo.
¡ Maldita sea ¡! ¿ Por qué casi nunca las cosas salen como las planeamos?. ¿ Dónde están los electricistas cuando los necesitamos? ¿ Dónde puedo encontrar a gente que ponga a la música por delante de novias, tener una familia, futuro, estabilidad y cía?.
Ya no era yo, era mi furia la que soltaba parrafadas. Una detrás de otra. Mientras tanto, me dedicaba a recoger trocitos de halógeno a 1 euro cada uno. En total, 50 euros.
A pesar de todo, al rebuscar entre las grietas del enfado, me di cuenta de que poco a poco me estoy frustrando por no vivir mi propia vida y pretender vivir otra que quizás no me corresponda. La necesidad de encontrar gente que ame la música con locura y compartir con ellos lo que tengo dentro me impide disfrutar de lo que tengo.
Y tengo unas cuantas canciones para mostrar y muy poca gente interesada en oírlas. Tengo miedo de acabar tocando en grupos de versiones y de mirar hacia atrás pensando que nunca tuve mi oportunidad. Tengo miedo de que en unos años pueda tirar la toalla. Tengo miedo de no intentarlo con todas mis fuerzas. Tengo miedo y estoy cabreado.
Al escribir estas líneas recuerdo las palabras de alguien sin nombre ni rostro que aconsejaba no escribir llevados por el furor de la batalla. Demasiado tarde. Lo escrito....escrito está.
“ Cada golpe que nuestra ira descarga vendrá a caer seguramente sobre nosotros mismos ”. William Penn
Más aún, detesto utilizar mis dedos para algo más que no sea acariciar el cabello de mi guitarra. A pesar de los pesares, me debo a la causa. El efecto tiene resultados catastróficos.
Lo intenté. Intenté por todos los medios montar el halógeno en su respectivo marco y anclarlo al techo, pero el muy cabrón, conspirando con la ley de la gravedad, se reía de mi y decidía una y otra vez aterrizar en el suelo. Y claro, de tanto reirse, acabó rompiéndose. Adiós paciencia. Bienvenido cabreo.
¡ Maldita sea ¡! ¿ Por qué casi nunca las cosas salen como las planeamos?. ¿ Dónde están los electricistas cuando los necesitamos? ¿ Dónde puedo encontrar a gente que ponga a la música por delante de novias, tener una familia, futuro, estabilidad y cía?.
Ya no era yo, era mi furia la que soltaba parrafadas. Una detrás de otra. Mientras tanto, me dedicaba a recoger trocitos de halógeno a 1 euro cada uno. En total, 50 euros.
A pesar de todo, al rebuscar entre las grietas del enfado, me di cuenta de que poco a poco me estoy frustrando por no vivir mi propia vida y pretender vivir otra que quizás no me corresponda. La necesidad de encontrar gente que ame la música con locura y compartir con ellos lo que tengo dentro me impide disfrutar de lo que tengo.
Y tengo unas cuantas canciones para mostrar y muy poca gente interesada en oírlas. Tengo miedo de acabar tocando en grupos de versiones y de mirar hacia atrás pensando que nunca tuve mi oportunidad. Tengo miedo de que en unos años pueda tirar la toalla. Tengo miedo de no intentarlo con todas mis fuerzas. Tengo miedo y estoy cabreado.
Al escribir estas líneas recuerdo las palabras de alguien sin nombre ni rostro que aconsejaba no escribir llevados por el furor de la batalla. Demasiado tarde. Lo escrito....escrito está.
“ Cada golpe que nuestra ira descarga vendrá a caer seguramente sobre nosotros mismos ”. William Penn
Una vida, una casa
Pasé muchos años compartiendo agujeros con varias personas, donde los maltrechos colchones valían para todo menos para dormir y todo eran espacios comunitarios. Nada de eso importaba. Llegar a casa suponía una sorpresa con forma de gente fumando, bebiendo o acabando el último cartón de leche y que secuestraban a una tranquilidad amordazada.
Nunca pensé en vivir en una casa bonita, con una cocina grande y donde la luz te molestara al atardecer. Ahora está ocurriendo. Cada día voy a ver el cadáver de mi antigua casa y me sorprendo al descubrir que una nueva está surgiendo en su lugar.
Los tabiques han cambiado de sitio, en el baño ya no es necesario desmontar el water para que la cisterna se llene y, por las ventanas, la lluvia ya no encuentra la manera de colarse dentro.
Lo mismo ha pasado conmigo durante estos años. He abierto huecos en mi vida que han sido llenados con cemento y tras eliminar mi capa de gotelé, la pintura nueva me ha dado un nuevo aire que, a pesar de todo, no puede tapar algunas cicatrices y esas prominentes arrugas bajo los ojos.
Una casa tiene tanto de uno mismo que por mucho que lo intentemos, no podemos sentirnos igual en otro lado. Volver a casa. Ese es el pensamiento estacionado en nuestra cabeza cada día después de acabar el maldito curro y a la vuelta de las merecidas vacaciones Sólo ahí podemos estirar las piernas, respirar y escuchar el "In the Wee Small Hours" en compañía de quién queramos. O mejor a solas.
Como nosotros, las casas van envejeciendo, las hortensias se secan al sol del verano y las golondrinas abandonan el nido en cuanto aprenden a volar.
A pesar de todo, si los pilares están bien anclados en el suelo, las casas aguantarán el paso del tiempo y los demás se acordarán de nosotros cuando ya no estemos por aquí.
" Primavera en el hogar. No hay nada y sin embargo hay de todo" Shiki Masaoka
Nunca pensé en vivir en una casa bonita, con una cocina grande y donde la luz te molestara al atardecer. Ahora está ocurriendo. Cada día voy a ver el cadáver de mi antigua casa y me sorprendo al descubrir que una nueva está surgiendo en su lugar.
Los tabiques han cambiado de sitio, en el baño ya no es necesario desmontar el water para que la cisterna se llene y, por las ventanas, la lluvia ya no encuentra la manera de colarse dentro.
Lo mismo ha pasado conmigo durante estos años. He abierto huecos en mi vida que han sido llenados con cemento y tras eliminar mi capa de gotelé, la pintura nueva me ha dado un nuevo aire que, a pesar de todo, no puede tapar algunas cicatrices y esas prominentes arrugas bajo los ojos.
Una casa tiene tanto de uno mismo que por mucho que lo intentemos, no podemos sentirnos igual en otro lado. Volver a casa. Ese es el pensamiento estacionado en nuestra cabeza cada día después de acabar el maldito curro y a la vuelta de las merecidas vacaciones Sólo ahí podemos estirar las piernas, respirar y escuchar el "In the Wee Small Hours" en compañía de quién queramos. O mejor a solas.
Como nosotros, las casas van envejeciendo, las hortensias se secan al sol del verano y las golondrinas abandonan el nido en cuanto aprenden a volar.
A pesar de todo, si los pilares están bien anclados en el suelo, las casas aguantarán el paso del tiempo y los demás se acordarán de nosotros cuando ya no estemos por aquí.
" Primavera en el hogar. No hay nada y sin embargo hay de todo" Shiki Masaoka
Suscribirse a:
Entradas (Atom)