Con una pequeña ayuda de mis amigos

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Después de un fin de semana, en el que las noches se alternaron con los días y entre medias no hubo posibilidad de enganchar una almohada al vuelo, lo que necesitaba era que todo fuera sobre raíles. En lugar de eso me encontré sin leche en el frigo, con un ”corte de mangas” del agua de la ducha, con que los cordones de mis “Converses” se amotinaban al más puro estilo Bounty y con el autobús de la Sepulvedana que dejaba a parte del pasaje en tierra, incluido al tipo siempre arrastrado por una guitarra y con un maletín lleno de lluvia y pedales. En resumen, un día en el que uno desea simplemente enterrar su cabeza seis pies bajo tierra y esperar a que llegue uno nuevo que no te abofetee.

A pesar del ciclón de cosas que pasaba por mi cráneo no pude evitar pensar en el chapuzón que me había dado en el mar un día antes y cómo me había puesto a hacer el muerto mirando al sol, con la sensación de estar haciendo el amor más que otra cosa. Las olas me mecían y la corriente me arrastraba mar adentro para escupirme hacia la orilla poco después.
Algo así es lo que pasa con nuestra vida. Nos llegan olas de varios metros que casi nos ahogan pero conseguimos sacar el pescuezo a flote y a veces la más mísera corriente nos hace tropezar y nos desorienta durante varios días. Cada uno de nosotros tiene su particular Mitch Buchanan al rescate y su faro, que te indica la zona de rocas antes de que sea demasiado tarde . Yo intento aferrarme a esa guitarra que sobrevivió al naufragio pero para salir del agua necesitaré que alguien me eche una mano.
A todos aquellos que siempre están ahí cuando estoy en mi isla musical les debo mucho y a pesar de ser muchos y veces muy pesados yo sigo flotando sin problemas manteniendo rumbo Norte.

"Estoy a veinte minutos de allí, llegaré en diez", el Sr Lobo.

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