No eres Dios

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Carlos conducía plácidamente acompañado de su vástago y su chica. Carlos es un tipo grande, muy grande, y fiero, muy fiero, tanto que nadie ha sido capaz de moverle de su espacio en la tierra desde el día en que llegó a la misma.
Ningún obstáculo parece alejarle de su camino y de sus convicciones, que lleva marcadas a fuego lento. Es una roca y como tal, muy difícil de desquebrajar, incluso cuando el agua se cuela entre sus grietas.

Eso era cierto hasta que el otro día un mísero grano de polen estuvo a punto de acabar con todo en apenas unos segundos. Sufrió un colapso respiratorio por culpa de una alergia jamás tratada y el azar le condujo a esquivar el coche que circulaba plácidamente por el otro carril.
Todo acabó en la cuneta, en un reguero de sangre que brotaba de su nariz y en un “no sé que ha pasado”. Otro susto más con los que viene cargada la maldita y necesaria primavera.
Su vida no ha cambiado drásticamente desde aquel día pero durante unas horas algo le ha recordado, con unos golpecitos en el hombro, que es de carne y hueso y que su vida se encuentra siempre en el punto de mira de un tipo que anda escondido entre los tejados de esos edificios en ruinas. Tiene el arma cargada y siempre está listo para disparar.

Ninguno queremos que nos recuerden nuestra mortalidad a cada paso, pero no hay nada como ver la vida desde los ojos del César, que cada vez que entraba en la ciudad recientemente conquistada, era interrumpido de sus ensoñaciones por un enano, que al oído le repetía: “No eres Dios”.

“No quiero alcanzar la inmortalidad mediante mi trabajo, sino simplemente no muriendo” Woodie Allen

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