Las luces se apagan. La espera ha terminado y el tiempo deja de tener el mismo valor. Lo que viene a continuación ha estado precedido de resoplidos, nervios, de asegurarse que las cordones de las Converse están fijados con doble nudo y de que el móvil y la cartera están a buen recaudo en el fondo del bolsillo. Notas como la presión de la gente te retuerce el pescuezo y como todos y cada uno de los presentes comparten un objetivo común. Disfrutar de un concierto de Rock and Roll sin máscara de ojos. Nosotros y el Rock and Roll.
Se encienden las luces de nuevo y la primera nota ilumina la espera. Miles de personas se mueven al mismo compás y solamente tienes dos posibilidades. Brincar al ritmo de la masa o tirar la toalla y parapetarte cerca del surtidor de Mahou. Hoy he querido abandonar la retaguardia y decido frotar mi cuerpo contra el de los demás. Siento cómo me patean, cómo el aliento del gordo de turno me calienta la nuca, cómo mis piernas pueden a duras penas mantener el equilibrio en un lugar que funciona con las reglas impuestas por el compás de la música. Apenas puedo respirar y salto en busca del oxígeno que me permitirá aguantar la respiración un minuto más. Estoy exhausto pero no puedo dejarlo porque “Know your Enemy” me golpea en toda la nariz. Ya no sudo. Ahora toda mi piel está cubierta de una mezcla de arena, agua, cerveza y dióxido de carbono con forma de vapor. Tengo que aguantar.
Tras perder el control regreso a la realidad y busco el camino de vuelta a las trincheras. La tregua ha llegado. La música es mi guerra y probablemente el arma más poderosa que tenemos para conseguir olvidarnos de que el lunes todo volverá a ser jodidamente gris. Todo menos la idea de volver a alistarme en ese ejército llamado Rock and Roll.
“ La música nunca puede ser mala, digan lo que digan del Rock and Roll” Elvis Presley
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