Solamente estar solo no es casualidad

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Adolf Hitler era un mochuelo de diecisiete años el día que se presentó por primera vez a las pruebas de acceso de la Academia de Bellas Artes de Viena. Estaba convencido de que tenía el talento y las dotes suficientes para convertirse en pintor profesional. Pero no. Los miembros del jurado consideraron que no era apto, y le endosaron un rosco, que a la larga le convirtió en el ejemplo a no seguir en la historia de la inhumanidad.

No tengo muy claro que este hecho fuera el detonante de la carrera política del tipo que intentó dominar el mundo allá por 1939, pero una cosa está clara. En numerosas ocasiones, los pequeños detalles, las casualidades más ridículas, que el teléfono comunique en ese momento, o que aquel día modificáramos nuestra ruta habitual, cambian radicalmente y en un segundo nuestra vida. Para siempre.


Es muy habitual que se nos ponga entre ceja y ceja dedicarnos a algo. Existir es persistir, que decía Johnnie Holliday, y a veces de tanto atacar y contraatacar los flancos de aquello que tanto deseamos, acabamos o bien con la cabeza llena de chichones, o haciendo algo que sin avisar, apareció en nuestro camino.

Existen auténticos prodigios como Mozart, Shirly Temple o Spielberg, que, siendo unos mocosos, tenían muy claro de que pasta estaban hechos y cual debía ser su destino en esta carrera de obstáculos. Pero, dejando al margen a estos intocables y descendiendo al nivel del resto de los mortales, podemos darnos cuenta que vivir cada día es casualidad. A veces, el vuelo de una mariposa acaba generando un tornado en Texas y aquel que sólo quería pintar bodegones acaba convirtiéndose en el hijo del demonio. Eso sí, bien peinado y con un bigotito la mar de gracioso.

"Hay que haber vivido un poco para comprender que todo lo que se persigue en esta vida sólo se consigue arriesgando a veces lo que más se ama." Ernesto Sábato

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